Cuatro paredes

Despierto lenta entre sudores fríos en el cuarto infinito. La mañana ilumina las lágrimas secas de la almohada. Cruzo el interminable pasillo y vuelvo a tropezarme con tu sombra. En mis labios el nombre con el que solo yo solía llamarte. Me sirvo un trago aunque prefiero dos. Mi cuerpo, sin apenas movimiento, se desplaza a la bañera. La lleno hasta arriba y me sumerjo en el calor placentero de ese otro lugar. Vuelvo a tu vientre. Ya no me miro al espejo, quiero quedarme en el espacio en blanco. Embadurno mi cabello con el champú de almendras que tu usabas. Y así con mis yemas deformadas llego al mediodía. Sigo la misma rutina: cepillo mi melena rojiza, recojo mis largos mechones en un moño, visto con tu jersey de lana y me recuesto en el sofá. A veces una corriente de euforia me recorre. Cierro los ojos y te recuerdo hojeando el periódico con la cruz dorada colgando de tu cuello, mientras horneabas magdalenas y les untabas mantequilla con un tenedor. Para mí, chocolate con leche, siempre en vaso de vidrio. Me contabas historias sobre tu abuela, sobre la vida antes que yo llegase al mundo, tú llevas su nombre, decías. En esta sala, la misma que aparece en todas las fotos, con la misma mesa de mármol y sillas victorianas en las que apretabas mis trenzas los domingos de ramos. Te costaba decirme te quiero, yo te lo pedía y me abrazabas fuerte, esa era tu forma. 


Por la ventana ingresa la luz de un día nublado. Gris esperanza. Salgo al balcón con una lista de pisos escrita a lápiz. Tacho tres. Desde que te fuiste las plantas lloran como almas en pena. Derramo el agua sobre los cactus y el ficus de dos colores que tanto te gustaba. Me consuela mirar hacia arriba, escuchar el silencio. Te busco en la ligereza del cielo y a menudo encuentro el abismo. No volver a verte nunca más. La casa cruje, se quiebra. Abro la revista y veo tu trazo en la sopa de letras. Recuerdo tus ojos tras la revista, contándome la vida de toda esa gente tan ajena a ti y a mí. Acerco los pies al radiador antes de cobijarme bajo la manta, como tú hacías. Sueño volver a sentirme protegida en tus brazos. 


Se suceden los días uno detrás de otro. Los gestos ya gastados. Llega el invierno y de nuevo la primavera. Hay días que me vuelvo llanto. Luego risa y luego llanto. Mis ojos de veinticinco ya no saben encontrar tu cara grande y carnosa. Te gustaban las amapolas rojas. Las paredes de la casa aprietan y la vez reconfortan. No puedo irme. Hay demasiadas marcas en las puertas, grasa en los azulejos, rozaduras en los zócalos, clavos en la pared. Amontono cada rasguño que queda de ti. Desearía que fueras otra cosa, quizá fantasma, quizá amapola. Atesoro el desgarre, toda su belleza. Y cada noche rezo para que no se desvanezca.


*Escrit publicat al número 17 de la revista Letraheridos al juny de 2021. Pàgina 22.

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