Argentina, el camino al fin del mundo

Hacía muchos años que soñaba con viajar a Argentina y finalmente el verano pasado compré los billetes. Se puede decir que tengo experiencia en viajes en solitario pero últimamente había perdido algo de práctica. Organicé el recorrido a los lugares que eran un sí en mi lista.


Llegué a Buenos Aires. Lluvia y frío. La inmensidad de la ciudad me resultó abrumadora. Me alojé en una casita en el barrio residencial y céntrico de la Recoleta. Un lugar arquitectónicamente bello. Al día siguiente decidí embarcarme en una ruta por las librerías. Estaba dispuesta a encontrar joyas literarias. Mi preferida fue la librería Ateneo Grand Splendid. Un antiguo teatro convertido en librería. Maravilloso. Dentro disfruté de un vino tinto mientras me deleitaba con prosa latinoamericana. 

Otra parada indispensable es el Centro cultural Recoleta. Me enamoré del lugar al instante. Un edificio de colores vivos con un patio interior arbolado. Me dejé envolver por su arte y sus murales feministas; además pude participar en un taller creativo y me fascinó la agenda política que llevan a cabo.



Tuve la suerte de pasar un día con un conocido que me mostró la ciudad en coche. Descubrí algunos lugares en los que transitó Cortázar, degustamos una pizza en la barra de un bar, visité los 7 infiernos de Dante en el Palacio Barolo, caminé por La Rosaleda bajo un sol brillante, tomamos algo en la laguna cercana a Puerto Madero. Acabamos el día conversando sobre la historia política del país mientras comíamos alfajores en la azotea de un museo en La Boca. Antes de regresar a casa, mi amigo me mostró alguna de las villas miseria. La que vimos está situada al lado de la autopista. Son pequeñas chabolas sin agua corriente ni cloacas donde los residentes sufren inundaciones y cortes de luz cada dos por tres. La diferencia con la vida en Puerto Madero resulta escalofriante.

El resto de los días me fui adentrando en lugares míticos que despertaron mis sentidos. Resaltaré algunos. Sentarme en la Plaza de Mayo me erizó la piel. Fotografiar los murales callejeros y visitar las tiendas de antigüedades en el histórico barrio de San Telmo. Descubrir las boutiques de moda y las avenidas arboladas en Palermo Soho. Merendar unas medias lunas en el café Cortázar y conversar sobre el escritor con el camarero.


El último día, antes de tomar el vuelo rumbo al sur, decidí cruzar el río de la Plata y pasar la última noche en Uruguay. Tomé el Ferry a Colonia del Sacramento. Encontré un hermoso hostel cerca del centro histórico: El viajero Colonia Hostel. Tenía un patio compartido y paredes pintadas de colores vivos. Un lugar acogedor y austero. Pero al ser temporada baja estaba vacío. Creo que solo había una huésped más aparte de mí. El sol de invierno se puso muy temprano. Decidí buscar un lugar para cenar. Tuve un incidente con un hombre que me siguió un buen rato. Afortunadamente una chica australiana se percató de la situación y me invitó a cenar con ella y su pareja con la intención de liberarme de la incómoda situación. Conversamos largo y tendido sobre lo que significa viajar en solitario. Le expliqué mis aventuras y ella me explicó las suyas. 

A la mañana siguiente me dirigí al faro. Un señor estaba sentado en la entrada sujetando un cartón donde el precio estaba escrito a lápiz. Decidí desayunar y regresar cuando las nubes dejaran brillar al sol. Al regresar, el precio había subido. El farero me explicó que el peso argentino había caído. De todos modos subí y disfruté de la vista durante un largo rato. Descubrí la razón por la cual el barrio histórico ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Deambulé por sus pequeñas callejuelas donde se vislumbra la fusión de estilos portugués, español y postcolonial.

Siguiente parada: Ushuaia, Tierra del fuego. Tenía ganas de este lugar desde siempre, quizá por el simple hecho de ser la ciudad más austral del mundo. Solo observar el paisaje desde el cielo me quedé muda. La ciudad está rodeada por la cadena montañosa del Martial y se ubica en la costa de la isla Grande que da al canal de Beagle. Tomé un taxi en el aeropuerto que me dejó en el hotel, el cual me enamoró por la vista que tenía a la bahía. El lugar se llamaba Hostería América

Ushuaia se encuentra a los pies de la Cordillera de los Andes, con un paisaje natural bellísimo. Indescriptible. Es una insólita isla donde los cerros andinos estan pintados de blanco, bordeados por lagos y acariciados por el mar. Nada más llegar dejé mi mochila y me dirigí al centro de la ciudad. Es un lugar muy pequeño. La nieve envolvía las calles, los tejados, todo. La primera decisión fue comprarme unas botas waterproof. Organicé mi estancia en un café y tras visitar varias agencias, decidí reservar tres excursiones con Tolkeyen Patagonia: trekking nocturno con raquetas, paseo en trineo con huskies y billete para tomar el tren del fin del mundo. La primera noche disfruté de la inmensidad del cielo frente a una fogata en medio de la nada. Observé el firmamento y me enamoré de la experiencia de estar viva. Me maravillé por poder caminar en mitad de la noche sin necesidad de luz debido al resplandor de la nieve virgen. Cené con desconocidos que acabaron siendo conocidos. Reímos, cantamos y comimos. 

Debo decir que en ocasiones algunos cuestionaron esa necesidad de viajar sola, en general individuos de otra generación. Pero hoy puedo decir que con los años he aprendido que las opiniones ajenas sobre viajar en solitario solo muestran las creencias, carencias y miedos de esas personas y no las mías. Por lo tanto evito las explicaciones.

Al día siguiente tomé el tren del fin del mundo recorriendo el Parque Nacional de Tierra de Fuego, dicho lugar es mitad Chile y mitad Argentina. Nunca me había sentido tan en unión con la naturaleza. Observé los caballos salvajes desde el tren. Conocí parte de la historia de los nómadas del mar que habitaron el lugar: yámanas y kawésqar. Después tomamos la Ruta Nacional 3 que nace en la ciudad de Buenos Aires y recorre más de 3.000 kilómetros con rumbo sur, y que tras cruzar Ushuaia serpentea los altos bosques y desaparece en la bahía Lapataia. Me senté  frente a ella, en el punto más al sur, en el fin del mundo. 


Mi última parada fue El Calafate para poder visitar el archiconocido Glaciar del Perito Moreno. Allí, me alojé en en mejor hostel que he estado nunca: America del Sur hostel. El espacio era acogedor, con grandes ventanales que dejaban entrar la luz, con una vista de la cordillera de los Andes espectacular, con cocina asequible y suculenta. Lo mejor: los maravillosos viajeros que conoces y con los que acabas compartiendo ruta. Compartí habitación con dos chicas argentinas y una peruana que viajaban solas. Pasamos la noche hablando sobre la política en nuestros respectivos países. Aprendí mucho sobre el sistema económico en el país. 






























Desde el hostel puedes reservar los desplazamientos a los lugares que desees visitar. El primer día me desplacé al Parque Nacional de los Glaciares para hacer un trekking y ver el Chaltén. Era un trekking independiente y sin guía. Cogí un pequeño mapa para situarme. Allí coincidí con dos compañeros británicos que se hospedaban en mi hostal y que había conocido la noche anterior. Decidimos encaminarnos hasta la Laguna Capri juntos. Según la guía eran unos 13 kilómetros. La caminata fue hermosa, pero cabe decir que el primer tramo del sendero tiene una pendiente tan pronunciada que te deja sin aire. Paramos en distintos miradores con vistas espectaculares. Al llegar arriba nos encontramos con la laguna congelada, lo cual nos permitió caminar sobre ella. Estaba rodeada de bosques nativos y al fondo se apreciaba la fantástica vista al macizo Fitz Roy. Maravillados, decidimos acampar en unas rocas, comer algo y brindar con un vino. Antes de bajar decidimos desplazarnos al mirador del Fitz Roy. Decidí sentarme sola frente a la montaña sagrada: escuchando el silencio, sintiendo el sol en mi cara y escuchando las aves.

Una vez abajo, decidimos hacer el recorrido que nos llevaba al Chorrillo del Salto, el cual resultó estar también congelado. Eran aproximadamente unos 5 kilómetros. Caminábamos muy deprisa y mis piernas empezaron a resentirse. Teníamos poco tiempo para alcanzar a coger la furgoneta de regreso a El Calafate. En total la jornada fueron unos 20 kilómetros. Ya en la furgoneta pudimos ver una puesta de sol memorable mientras los wanacos cruzaban la carretera.





Al día siguiente me dirigí hacia el glaciar Perito Moreno. Primero vislumbré su magnitud desde las plataformas. Después tomé un bus y un barco para llegar al refugio donde se conoce a los guías que te acompañaran en el trekking. Allí me calcé unos grampones y caminé sobre el glaciar milenario. El lugar resulta mágico. Simplemente observar los tonos de azul, sus formas, su textura y el sonido del hielo ya te deja sin palabras.
En definitiva: ha sido un viaje memorable. Me llevo cada puesta de sol sobre la cordillera de los Andes. Me siento agradecida a la Pacha Mama por los paisajes impresionantes, los cielos impolutos, los azules y los verdes embriagadores. Ese color tierra. Ese hielo azulado. La Luz que me ha acompañado todo el viaje. Y la magia de los Andes.

A veces es necesario llegar al final para volver al inicio.

Crónica publicada en el web Mujeres Nómadas el 28 de julio del 2020



Entrades populars