Mi viaje al Nueva York de los años 70



Durante la Semana Santa viajé a Nueva York para encontrarme con quien entonces era mi pareja. Era el viaje perfecto para además visitar las obras que recogía la ciudad de artistas admiradas que había descubierto ese mismo año en el máster de Duoda, concretamente en la asignatura Creatividad Femenina. Decidí alojarme en Brooklyn y así facilitar mi visita al Brooklyn museum, en el que pensaba pasar un día entero. Y fue lo primero que hice.


En primer lugar visité la exposición Agitprop, la cual conectaba el arte contemporáneo, los movimientos sociales y el activismo. Me sorprendió su amplia variedad de obras, desde la fotografía, al arte callejero, el cine o los programas de televisión. El  hecho de haber vivido en el sur de Estados Unidos trabajando en una escuela Magnet, la cual fue una de las primeras del estado que incluyó alumnos y alumnas de diversidad cultural y racial,  me ayudó a ver con claridad la similitud entre el movimiento feminista y las luchas antiracistas. En la exposición se observaba claramente ese hilo común, desde las Black Panthers feministas al movimiento actual Black Lives Matter. Además incluía movimientos culturales internacionales, como los movimientos feministas de Oriente Medio y de la India. Otros temas que denunciaba la exposición, en palabras de Angela Davis, eran la encarcelación masiva de afroamericanos en Estados Unidos, la inequidad del sistema económico o las protestas en contra de las guerras. 


Después entré en la sala donde estaba ubicada la instalación The dinner Party y allí perdí completamente la noción del tiempo. Todo y haber estudiado la obra, una vez frente a ella me sentí desbordada por su majestuosidad. The Dinner Party consta de una mesa en forma de triángulo equilátero, preparada para la cena de 39 mujeres célebres de la mitología y de la historia. En cada lado de ese triángulo hay un lugar reservado para trece comensales: incluye un plato de porcelana pintado a mano, cubiertos de cerámica, una copa y una servilleta con un borde de oro bordado. Es considerada  la primera obra de arte feminista épica que recoge el papel de las mujeres en la historia occidental. La instalación destella armonía y congrega a la colectividad desde la sutileza del detalle. Desde el tratamiento de la luz a la estética, cada pequeño apunte proporciona magnitud a la obra. The dinner party proyecta fuerza, unión, poder y grandeza femenina. Recuerdo la vida de Chicago que inició su lucha negándose a ser encasillada en el llamado arte femenino hasta tomar esa representación como propia. Su obra de la década de los 60 y principios de los 70 ya tenía reminiscencias de abstracción y del primer feminismo, en la medida en que utilizaba elementos como el uso de colores considerados femeninos en los años setenta, como el fucsia o el turquesa. En 1971 realizó una de sus obras marco, la litografía Red Flag, una fotografía de un tampón ensangrentado que surgía de su sexo.


The dinner party impresiona por su elaboración tan detallada y precisa. Se observa la grandeza femenina en el trabajo colectivo y reconocimiento de 999 mujeres a lo largo de la historia. La obra pone en valor los logros tradicionales de las mujeres, como las artes textiles, la artesanía o el arte doméstico. Es una muestra de genealogía femenina con mayúsculas.


En otra sala descubrí la obra de Martha Rosler. Conocía su obra tras visionar el documental: Not for Sale en el MACBA. Algunas de sus performances trataban sobre la tiranía de la belleza y de los medios sobre el cuerpo de las mujeres, la guerra llevada al hogar o el cuestionamiento del sueño americano. En su obra Semiótica de la cocina (1975) nos presenta a una mujer malhumorada, histérica e insatisfecha ubicada en la cocina; y nos cuestiona la instrumentalización de su persona. Habla de temas comunes y parte del marco Lo Personal es político para abrir un debate sobre la maternidad, el trabajo o el cuerpo femenino. 


Otra de los lugares que quería visitar era la Lelong Gallery para acceder en crudo a la obra de Ana Mendieta, así que tomé el metro y me dirigí a Chelsea. Desde que conocí su trabajo sentí una gran atracción hacia ella. La galería forma parte de Art Dealers Association of America, una de las más prestigiosas organizaciones de galerías de arte de Estados Unidos, además está vinculada a otras galerías europeas y según mi profesora de Creatividad Femenina es la que posee más obra original de la artista. Durante esos días exponían un monográfico de Ana Mendieta: Experimental and Interactive Films y consistía en una muestra de sus trabajos fílmicos que revelaban prácticas de la artista muy poco conocidas. La obra ponía de manifiesto su proceso creativo a través de rituales, su cuerpo y la conexión con la tierra. La exhibición recogía sus innovaciones técnicas como parte de su singularidad. Me maravillaron los contrastes y los colores, el movimiento fílmico, las obras que colocaban la escucha en el centro. La ira que exponía sin reparo frente a las conductas de violencia machista de su alrededor. Es una artista con la que siento un vínculo que me conectan con mi yo interno. Creo que sus trabajos críticos desprenden una fuerza desmesurada y que por eso es una artista que ha trascendido de generación en generación. En una de las obras usa rayos X para mostrar su esqueleto, su ser interno, lo vulnerable. Cuando el cuerpo habla. 


En una de sus instalaciones, la artista muestra un proyecto educativo que realiazó a mediados de los 70 donde proporcionó cámaras a unos estudiantes de Primaria, y con el uso de éstas dibujó el paso del tiempo y el cambio que esté provoca en las personas. Además se podían escuchar las conversaciones que mantuvo con ellos sobre el significado de alma. Otro aspecto que me impresionó es su cuestionamiento sobre la violencia que ejercen los hombres contra las mujeres. Tiene unas performances y fotografías muy duras donde recrea una violación y como ésta afecta a su propio cuerpo. Además profundiza en la invisibilización social y cultural que se da a esa violencia y la captura perfectamente en su video Building Piece (1973). Recuerdo abandonar la galería conmovida y con ganas de saber más y más. Por suerte conseguí un dvd documental sobre su obra narrada en primera persona.


El viaje llegó a su fin, me despedí de nuevo de mi pareja y subí al avión cargada de la potencia de cada una de esas mujeres que canalizaron sus fortalezas persistiendo y creando una matriz cultural que ahora ya forma parte de mí. Descubrir esa Dinner Party en persona y preguntarme cómo es posible que no la hubiera conocido antes. 


Las mujeres artistas de la segunda ola del feminismo cambiaron su independencia simbólica y en consecuencia su realidad, y así empezaron a establecer nuevas formas de relación o no relación con un sistema que no las valoraba. Me llevo la libertad que desprendían las artistas feministas estadounidenses y como al excluirse (o ser excluidas) del sistema artístico conceptual del momento tomaron la decisión de crear su propio movimiento. Los flujos creativos circulaban entre sus galerías. Judy Chicago fue una de las creadoras de la Womenhouse (1972), un  lugar donde crearon un colectivo artístico femenino. Había grupos de autoconocimiento donde las preocupaciones individuales se transformaban en la cuestión de todas. La libertad sexual se expandía en forma de arte y la creación partía del propio cuerpo. Rompieron esa división patriarcal de lo público y lo privado. Considero importante también su necesidad de trascender creando programas educativos para todas. Crearon una iconografía sin tener referentes y fundaron una nueva metodología muy diversa en donde contaban con clases magistrales, seminarios, grupos de lectura, recerca histórica y arte escénico. Fue una comunidad única donde se nombraba a las mujeres como mujeres y como artistas. Qué pena que ese lugar haya dejado de existir.


Para mí eso es el feminismo. La libertad de ser, de partir de nosotras mismas para nombrarnos y crear sin necesidad de medirnos con nadie.  




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