Aguas calientes
Tomamos un autobús muy temprano hacia Santa María. En el asiento trasero los pasajeros tienen a un gato dentro de una bolsa que no para de maullar. La señora sentada en la última fila sujeta a un cerdo envuelto en una toalla. La música peruana se introduce fuertemente en el tímpano. Los vendedores ambulantes suben a cada parada y te ofrecen desde una gelatina hasta una papa rellena. En el trayecto nos acompañan magos o dietistas a los que no te queda otro remedio que escuchar.
Poco a poco nos vamos adentrando en la selva y observamos los distintos poblados situados alrededor de la pequeña vía de tierra que recorremos. En una ocasión tiran agua hacia mi ventana, ya que no estan de acuerdo que pasen autobuses por allí. En cada poblado más vale cerrar la ventana. El conductor para en cualquier lugar conveniente para los pasajeros y suben otros que se mantienen de pie tambaleándose en cada curva y frenazo. En Santa María coincidimos con un grupo de franceses y un ecuatoriano que les acompaña. Descubrimos que desean tomar la misma ruta que nosotras, así que viajamos juntos. Tomamos una combi hasta Santa Teresa en donde conocemos a un grupo que nos acompañará todo el viaje: otro ecuatoriano, 3 brasileiros y dos israelís. En el bus mantengo una charla con Sebastian, un ecuatoriano que ha estudiado abogacía. Conversamos sobre las leyes en latinoamérica y la política de Rafael Correa, y de pronto se convierte en una discusión entre los dos ecuatorianos que mantienen distintas posturas al respecto.
Las carreteras que recorremos con la combi son realmente peligrosas, vamos bordeando la montaña y si miramos abajo podemos ver el río, y las termas de Santa Teresa. El paisaje es realmente increíble. El atardecer cae sobre nosotros ya llegados a la hidroeléctrica. Desde allí nos disponemos a caminar hasta Aguas Calientes siguiendo las vías del tren. Conversamos, reímos, compartimos el camino y nuestras experiencias en un largo trayecto de 2 o 3 horas. Lo noche cae sobre nosotros antes de llegar a Aguas Calientes, así que necesitamos algunas linternas para seguir el camino. Los franceses y Patricio se quedan en un camping a la entrada del pueblo y quedamos a la mañana siguiente temprano.
Al llegar a Aguas Calientes nos disponemos a buscar un hostal bien de precio ya que solo dormiremos unas 3 o 4 horas. Al ver que resulta imposible, ya que los grupos turísticos tomaron el control horas antes y lo único disponible era un precio inaccesible, nos dividimos en grupos para acaparar para lugares. Finalmente, después de un largo regateo conseguimos dos hostales a buen precio.
Cenamos en un lugar típicamente peruano y pruebo el pollo saltado y la crema de champiñones. Nuestras caras empiezan a apagarse y decidimos despedirnos hasta el día siguiente a las 4.15 de la madrugada. Necesitamos recargar energías para subir al Machu Picchu a pie y llegar de los primeros para ver el amanecer allí arriba.